lunes, 31 de diciembre de 2012

La historia del "cerebro" anarquista de ANONYMOUS

Un día frío de mediados de diciembre de 2011, un hacker conocido como "sup_g" estaba solo frente a su computadora, invisible, o al menos eso pensaba. Llevaba horas trabajando en un blanco, mucho después de que el resto de su equipo se hubiera desconectado: un hackeo épico, el "equivalente digital de una bomba atómica", como lo describiría él mismo tiempo más tarde, de los servidores de Strategic Forecasting Inc., la empresa de inteligencia contratada por el estado radicada en Texas. Stratfor era una especie de CIA privada, que vigilaba zonas políticamente calientes de todo el mundo, y le suministraba análisis al establishment de seguridad de Estados Unidos.
Integrante del colectivo hacker Anonymous, sup_g formaba parte de un pequeño grupo de hackers con motivaciones políticas que había penetrado las defensas principales de Stratfor a principios de ese mismo mes, y que había logrado "rootear" -es decir, conseguir el acceso irrestricto a- sus principales servidores web. En ellos, habían encontrado abundantes tesoros: contraseñas, datos desencriptados de tarjetas de crédito, listas de clientes privados, que revelaban los estrechos vínculos de Stratfor tanto con las grandes corporaciones como con las comunidades de defensa e inteligencia. Pero tal vez el hallazgo más lucrativo haya sido la base de datos de correos electrónicos de Stratfor: unos tres millones de mensajes privados que revelaban una amplia variedad de actividades ruines y clandestinas, desde la vigilancia del movimiento Occupy por parte del gobierno hasta la recopilación, por parte de la propia Stratfor, de información sobre varios movimientos de activistas, incluyendo a PETA, a Wikileaks y hasta a Anonymous.
Y, ahora, finalmente, la tarea estaba cumplida. Tras conectarse a un servidor web de chat seguro, sup_g le mandó un mensaje a otro integrante del grupo: "Estamos en el negocio, bebé", le escribió. "Está todo cocinado."
Como uno de los hackers más radicales y comprometidos en el mundo subterráneo de Anonymous -una federación horizontal y sin líderes de activistas con distintos objetivos-, sup_g mantenía un perfil bajo dentro del grupo, ocultaba cuidadosamente su nombre verdadero y utilizaba una serie de alias. En junio, se había unido a una nueva facción dentro de Anonymous, conocida como Operación Antisec o #Antisec, que se describía a sí misma como un "frente popular" contra los "gobiernos, corporaciones, agencias policiales y ejércitos corruptos de todo el mundo". A pesar de que es probable que cientos de activistas hayan frecuentado sus canales internos de comunicación, conocidos como IRC (siglas en inglés de Internet Relay Chat, literalmente "charla por relevos en internet"), Antisec tenía menos de doce miembros de base: hackers, anarquistas, activistas de la libertad de expresión y defensores de la privacidad, así como "ingenieros sociales" (hábiles manipuladores cuyo talento consiste en convencer incluso a los más cautos de entregarles su contraseña u otra información). El hacker fundador y más conspicuo integrante de Antisec era un revolucionario autoproclamado e ingeniero social de 29 años conocido como "Sabu", que al parecer tenía particular encono contra la industria de la inteligencia. "Mostrémosles que podemos espiarlos a ellos también", twitteó para sus más de 35.000 seguidores a principios de diciembre.
A lo largo de tres semanas, sup_g y su equipo trabajaron intensamente para destruir a Stratfor, uno de sus blancos más grandes y más ricos hasta el momento. Además de suministrarles análisis geopolíticos a muchísimos clientes (el Pentágono y las Naciones Unidas entre ellos), la empresa ofrecía servicios de seguridad a medida para grandes empresas como Raytheon y Dow Chemical, y a menudo preparaba informes sobre activistas y otras personas consideradas amenazas contra las ganancias corporativas. Para Navidad, que Antisec bautizó "LulzXmas" por los "lulz" (variante plural de LOL, una forma de expresar risas en internet) de los que pretendían disfrutar a costa de Stratfor, el grupo se había llevado 200 gigabytes de información. Luego destruyeron las bases de datos de la empresa e intervinieron el sitio web de Stratfor con un mensaje triunfante que prometía "una semana de caos", en la que se publicarían en internet los secretos de la empresa, unos 860.000 nombres, e-mails y contraseñas, incluyendo los de varias docenas de operadores súper secretos cuyas identidades se filtraban por primera vez. Antisec también planeaba usar las tarjetas de crédito hackeadas para hacer donaciones para grupos como CARE y la Cruz Roja. El grupo terminaba su comunicado con el texto íntegro del influyente tratado anarquista francés La insurrección que viene: "No tiene sentido esperar. por la revolución", dice el tratado. "La catástrofe no está por llegar, sino que ya llegó."
Tres meses después, la noche del 5 de marzo de 2012, más de doce agentes del FBI tiraron abajo la puerta de una pequeña casa de ladrillos del sudoeste de Chicago y detuvieron a Jeremy Hammond, un anarquista y hacker informático de 27 años que creían que era sup_g. De un metro ochenta y dos de altura, desgarbado, vestido con una remera violeta y pantalones rotos, Hammond parecía más un punk malhumorado que un nerd de las computadoras. De hecho, era ambas cosas: era un "black hat hacker" (hacker de sombrero negro), como se denomina a los que hackean por diversión o por dinero; y también un agitador y un enemigo de la "clase dominante y de los ricos" que se identificaba con las ideas de la organización Weather Underground y consideraba que el movimiento Occupy era demasiado tibio.
Incluso antes de que el arresto expusiera su nombre en todo el mundo, Hammond era bien conocido en los círculos de la extrema izquierda. Uno de los primeros defensores de la "ciberliberación", a los 22 años la revista Chicago ya lo había descrito como un "Robin Hood electrónico", luego de lo cual fue condenado a dos años en una cárcel por hackear un sitio web conservador y llevarse 5.000 números de tarjetas de crédito, para hacer con ellas donaciones a causas progresistas. Pero lo que distinguía a Hammond de la subcultura hacker era que en la vida real también era un revolucionario: "Un Abbie Hoffman moderno", según su amigo Matt Muchowski, un delegado sindical de Chicago. Poseía una aguda inteligencia, así como cierta impulsividad -que otro hacker llamó "urgencia"- que lo había llevado a una larga serie de arrestos por desobediencia civil en los últimos diez años; infracciones tales como pintar consignas antibélicas en una pared o tocar el tambor durante un escrache.
Su última detención, la más notoria hasta la fecha de un hacktivista en Estados Unidos, fue también un gran logro para el FBI. Antes de que encerraran a Hammond, Anonymous había encadenado un año y medio de hackeos, emprendiendo una verdadera guerra contra "los opresores ricos y poderosos". El grupo hizo caer los sitios de la CIA y de importantes bancos y tarjetas de crédito. Hicieron suya la causa de la Primavera Arabe, y atacaron los sitios de los gobiernos de Libia, Túnez y Egipto; se metieron en computadoras de la OTAN y del Geo Group, una de las corporaciones penitenciarias privadas más grandes del mundo. Hackearon la empresa de defensa Booz Allen Hamilton, en un ataque que arrojó como botín 900.000 cuentas y contraseñas de correo electrónico de militares y civiles. También atacaron al propio FBI.
Pero ninguno de estos ataques tuvo la resonancia política del perpetrado contra Stratfor. La invasión informática no sólo le costó a la empresa millones de dólares, sino que además dirigió la atención pública mundial al sombrío mundo de la inteligencia privada, luego de que Anonymous le diera los e-mails de la empresa a Wikileaks. Fue, según cualquier cálculo, un hackeo por el que Hammond podría pasar décadas en la cárcel.
Hammond, que en ningún momento admitió haber usado ninguno de los nueve alias que el gobierno afirma que utilizó, se ha declarado inocente del hackeo de Stratfor. Pero no ha negado su afiliación a Anonymous, ni su deseo de "dirigir la lucha hacia la acción más directa, en una dirección explícitamente anticapitalista y antiestatal", como me escribió desde el Metropolitan Correction Center de Manhattan, donde aguarda una audiencia de fianza desde hace ocho meses. En efecto, su sello como activista ha sido siempre su retórica revolucionaria y militante, por la cual no pide disculpas. "Siempre he dejado en claro que soy anarcocomunista, y por consiguiente creo en la necesidad de abolir por completo el capitalismo y el Estado en pos de una sociedad libre e igualitaria", escribió. "No me interesa diluir o vender el mensaje para que les resulte más atractivo a las masas."
Este compromiso inquebrantable, una de las grandes fortalezas de Hammond, también lo llevaría a la ruina. Siempre fue consciente de que la traición acechaba a sólo un click de distancia. "Sabemos que vamos a terminar en la cárcel", dice un hacker que trabajó con él. "Jeremy sabía que en cualquier momento le podía caer un allanamiento, y por eso trabajó tan rápido. Quería que la gente se acordara de él." Lo que Hammond nunca sospechó es que su traidor sería uno de sus aliados de mayor confianza.

Genio de las matemáticas y de la ciencia, con un coeficiente intelectual de 168, Hammond "hablaba tan rápido que era como si su boca no pudiera seguir a su cerebro", dice un amigo. En su casa, sin mujeres, los hermanos pasaban horas construyendo ciudades con sus inmensos kits de Lego, o devorando libros en la amplia biblioteca de su padre, que recorría toda la gama desde El club de la pelea y El guardián en el centeno hasta Steal This Book o Revolution for Hell of It, de Abbie Hoffman.
Desde muy chico, Jeremy se pasaba todo el día en proyectos en los que podía enfrascarse por completo. En las ligas menores de béisbol, creó un lanzamiento que era virtualmente imposible de batear, y a los 9 años ya estaba descubriendo formas innovadoras de hacer que las computadoras hicieran lo que no se suponía que debían hacer: es decir, la esencia del hacking. A los 16, hackeó las computadoras de un local de Apple de la zona, proyectando su información económica en todas las pantallas, luego de lo cual pasó a explicarles a los expertos del Genius Bar cómo proteger mejor sus datos. "La cara que pusieron no tenía precio", recuerda su padre.
En la secundaria Glenbard East, en la cercana localidad de Lombard, Illinois, los gemelos Hammond eran parte de un grupo de "chicos muy inteligentes que buscaban algo más de lo que podían encontrar en la secundaria", según otro amigo, Matt Zito. Politizado por los ataques del 11 de septiembre, Jeremy fue un elocuente crítico del gobierno de Bush y del "patriotismo ciego" que, según él, llevaba a Estados Unidos a la guerra. En su último año, fundó un diario clandestino para instar a los alumnos a cuestionar el relato político tradicional "y más que nada, a pensar", como escribió en el primer editorial. "Despiértense. Su cerebro es programable, si no lo programan ustedes se lo va a programar otro."
El cerebro de Hammond era un hervidero de ideologías contraculturales, especialmente las ideas de insurrección moderna de CrimethInc, el colectivo anarquista que publicaba manuales extremistas, entre ellos su propia versión del Libro de cocina del anarquista, titulado Recetas para el desastre. Hammond idealizaba los 60, dice Zito, que trabajó con él en el diario. En la primavera de 2003, el primer día de la invasión estadounidense a Irak, Hammond dirigió a más de cien chicos que abandonaron la escuela para sumarse a una marcha contra la guerra en el centro de Chicago. En otoño de ese mismo año, se anotó en la University of Illinois-Chicago, y pronto se convirtió en uno de los activistas más notorios del campus; tanto es así, recuerda su amigo José Martín, que una vez la administración le cortó el micrófono cuando se disponía a dar un discurso.
Pero Hammond duró tan sólo un año en la UIC. Durante el segundo semestre de su primer año, se metió en el sitio web del Departamento de Ciencias Informáticas, e identificó una vulnerabilidad que, como en el caso de la tienda Apple, se ofreció a arreglar. Pero el hackeo le hizo ganar una junta disciplinaria y una carta de la universidad, que no lo recibiría en segundo año.
Lo que aprendió, según señala un amigo, es que "si tratás de colaborar con el sistema, el sistema te jode". De modo que, a partir de ese momento, Hammond se dedicaría a trabajar fuera del radar. En los años que siguieron, se sumergió en la vida diaria de la comunidad radical de Chicago, y alquiló casas que pronto se convertían en refugio para cualquier chico sin techo o viajero que pasara por ahí. Siempre era el primero en ofrecer algo de comer.
Se convirtió en habitual de cada manifestación importante, así como también de muchas más pequeñas. Enfundados en unos jeans raídos, según cuenta Muchowski, Jeremy y Jason, ahora su socio en el anarquismo, llegaban con una banda marcial ­-tambores, vientos, un par de panderetas- que bailaba y cantaba y por lo general molestaba a los manifestantes más serios. "El aburrimiento", escribiría más tarde, "es contrarrevolucionario. El movimiento tiene que ser divertido. de lo contrario, nadie querrá participar".
Hammond también "hacía quilombo", en sus propias palabras, de manera más seria: se sumaba a los anarquistas militantes -vestidos de negro y enmascarados- en sus enfrentamientos con la policía, lo cual le permitió amasar un impresionante prontuario. Entre los 18 y los 21 años, fue detenido diez veces en tres estados diferentes.
Pero Hammond no era un agitador de poca monta. En internet se mostraba igualmente activo, y formaba parte de una nueva generación de activistas políticos, catalogada de peligrosa por las agencias de seguridad. "Se trata de gente que puede pasar sin esfuerzo entre el ciberespacio y la vida real, sin reconocer grandes diferencias", dice Steve Rambam, un investigador en seguridad cibernética de Nueva York. El arma principal de Hammond, acerca de la que pocos de sus amigos anarquistas sabían, era una especie de campo de entrenamiento para hackers, un sitio web que había desarrollado que se llamaba Hack This Site [hackeá este sitio], que en dos años se había convertido en una comunidad virtual hecha y derecha, con más de 100.000 miembros. Allí fue donde Hammond empezó a conocer a los famosos "hackers de sombrero negro", que trabajaban de incógnito para hackear sitios para divertirse o ganar dinero, o incluso ambas cosas a la vez. "Esta gente tenía mucho poder: un hacker podía poner en jaque a una empresa entera", recuerda. Los activistas callejeros tenían muy poco poder, pero tenían las ideas políticas para alimentar la revolución. ¿Qué pasaría si estos dos mundos pudieran unirse? "Se me ocurrió que el hacking podía ser un arma para atacar a las empresas abusivas."
Vender esta idea no fue fácil. A mediados de la década de 2000, no había muchos puentes entre hackers y activistas. Hammond quería cambiar esto. "Habida cuenta del clima político de la actualidad, está surgiendo la imperiosa necesidad de entrar en sintonía con el mundo que nos rodea, adoptar posturas y empezar a comprometernos", escribió en el primer número de "una revista de desobediencia civil electrónica" llamada Hack This Zine [hackeá esta revista], que lanzó en el verano de 2004. Y empezó a delinear las bases de un movimiento internacional.
En julio de 2004, Hammond se presentó con su mensaje en DefCon, la convención anual de hackers en Las Vegas, el mayor evento de este tipo en Estados Unidos. Allí dio un discurso apasionado en que elogió las virtudes de la desobediencia civil electrónica como herramienta eficaz para sabotear la inminente Convención Nacional Republicana. "Quisiéramos ver todo medio de sabotaje posible, ya sea cortarle la luz al Madison Square Garden o hackear 10.000 sitios republicanos.", dijo. Alguna gente del público lo abucheó, y una persona preguntó si lo que Hammond proponía podía considerarse terrorismo. "La lucha de un hombre por la libertad es terrorismo para otro", respondió él. "Que nos llamen terroristas: de todos modos, me propongo bombardear sus edificios."
Poco después de volver a Chicago, unos agentes del FBI que habían visto una grabación de su discurso de DefCon fueron a visitar a Hammond para preguntarle si efectivamente pensaba bombardear la convención republicana. Hammond dijo que había exagerado; pero de todos modos, empezaba a imaginar una especie de insurgencia digital: un Frente de Liberación de Internet, que, como ELF y ALF (los grupos radicales de defensa del medio ambiente y de los derechos de los animales), se organizaría en células clandestinas y utilizaría tácticas no violentas de "ataque y fuga" contra los "ricos y poderosos".
Uno de sus primeros blancos fue un grupo llamado Protest Warrior, una organización pro-bélica de Texas que acostumbraba presentarse en las manifestaciones para acosar a los activistas de izquierda. En febrero de 2005, Hammond y algunos hacktivistas amigos se metieron en el sitio web de la organización, y accedieron a miles de números de tarjetas de crédito que pretendían utilizar para redistribuir la riqueza hacia causas de izquierda. Protest Warrior le avisó al FBI, que allanó el departamento de Hammond en marzo. La agencia había pasado gran parte del año previo acumulando evidencia contra él, aunque -como señalaría Hammond en repetidas oportunidades- nunca compró nada con esas tarjetas.
Hammond finalmente se confesó responsable del hackeo y fue condenado a dos años de prisión en el Instituto Correccional Federal de Greenville, Illinois, a 400 kilómetros de Chicago. No habla mucho de Greenville, pero su madre dice que estaba muy lejos de la cárcel Cook County Jail, donde había estado en numerosas oportunidades. "La primera vez que lo fui a visitar, había pasado ahí menos de un mes y estaba temblando", cuenta. "Me dijo: «Mamá, cuando salga voy a ser mejor persona». Me asusté. Pensé: «Este no es mi Jeremy»."
La segunda vez que lo visitó, Hammond ya no temblaba. Había empezado su "entrenamiento", como hablaría luego de su época en la cárcel. Cuando salió de ahí, dieciocho meses después, era una persona diferente. "Se lo veía enojado y muy militante", dice Scott Scurvy, con quien compartió casa. Ahora, "hablaba de «partirle el cráneo» a gente que, según él, era racista u homofóbica. Eso me cayó mal".
Muchos de sus amigos estaban de acuerdo en que "la cárcel lo había jodido". Pero para otros se trataba de una forma de iluminación. "Cuando salís de la cárcel, podés tomar dos caminos", dice su hermano, Jason. "Alguna gente opta por la rectitud, por tratar de encarrilarse de nuevo y lograr alcanzar el sueño americano; y otros dicen: «Váyanse a la mierda: esa idea es una mentira, igual que el sistema que la creó», y eligen un camino más radical. Jeremy eligió ese camino."
En el verano de 2008, Hammond volvió a Chicago, a lo que se suponía que sería una nueva vida. Con Jason y algunos amigos, se mudó a un departamento destartalado de Pilsen, "ubicado entre los dos mejores basureros de Chicago", y empezó a trabajar como diseñador web. Según los términos de su libertad condicional, tenía prohibido reunirse con anarquistas o con sus antiguos colegas de Hack This Site por el lapso de tres años. Y, sin embargo, no pudo abandonar por completo su quehacer político. Así que se dedicó al activismo tradicional, y se sumó a la filial de Chicago del Rainforest Action Network, donde ayudó a organizar una campaña para cerrar dos plantas de carbón de la zona.
Pero la aventura de Hammond con el "activismo educado" duró apenas poco más de un año.
En enero de 2008, durante los últimos seis meses de Hammond en Greenville, la Iglesia de la Cienciología, famosa por ser controladora, "irritó a internet", según se dijo, al tratar de retirar un video polémico de Tom Cruise de la red. En respuesta, internet -o, más específicamente, una amplia coalición de ciudadanos de internet que se hacía llamar Anonymous- lanzó su propio video, en el que, con una voz computarizada, le declaraba la guerra a la Iglesia. "No podrán esconderse en ningún lado, porque estamos en todas partes", decía el mensaje, y terminaba con las frases que se convertirían en el más grande eslogan de Anonymous:
Somos Anonymous. Somos legión. No perdonamos. No olvidamos. Esperadnos.
Al principio, Anonymous daba la impresión de ser apenas un grupo de bromistas malintencionados, enojados por la censura en internet. Empezaron a atacar grupos como la Asociación de la Industria Discográfica de Estados Unidos (RIAA, según sus siglas en inglés), que estaba llevando a cabo una campaña contra la piratería y el gobierno australiano, que había propuesto un filtro para la pornografía en la red con chicas menores de edad. (Anonymous bautizó el ataque Operación Tormenta de Tetas.)
En Chicago, Hammond conocía a integrantes de Anonymous, pero los resistía. "No los tomaba en serio. No eran hackers superpoderosos", dice. Pero empezó a darse cuenta del potencial político del colectivo cuando lanzaron la Operación Vengar a Assange en diciembre de 2010, poco después de que PayPal, Visa, MasterCard y varias instituciones financieras más dejaran abruptamente de procesar donaciones a Wikileaks, que estaba en el ojo de la tormenta por publicar los cables diplomáticos filtrados por el soldado Bradley Manning. Hammond se sintió impresionado. "Estaban atacando a tarjetas de crédito y a bancos", dice. "Pensé que a lo mejor había gente adentro que entendía quién era el enemigo y cómo combatirlo."
Una de las personas que parecían interesarse en la lucha en gran escala era un hacker llamado Sabu, cuyo nombre real es Hector Xavier Monsegur. Nacido en 1983, Sabu había crecido en el seno de una familia de narcotraficantes -tanto su padre como su tía habían ido a la cárcel en 1997 por tráficar heroína-, criado por su abuela Irma en los monoblocks Jacob Riis, en Nueva York. Era un ratón de biblioteca de voz ronca, que nunca había encajado con los pandilleros y traficantes callejeros de su barrio, pero tenía un talento innato para las computadoras, así como una veta rebelde. A los 14 años, más o menos la misma edad que tenía Hammond cuando impresionó a los "genios" de Apple, Monsegur (cuya familia no podía pagar una conexión a internet) había descubierto cómo entrar gratis a EarthLink, y empezó a aprender por su cuenta Linux, Unix y redes de código abierto.
Según la mayoría de las versiones, el FBI empezó a vigilar a Anonymous en algún momento de 2010. "Al principio, nadie en los servicios de seguridad siquiera sabía quién era Anonymous", dice un ex miembro. "Para el FBI, sólo había sido ese altercado con los cienciologistas. Así que cuando Anonymous empezó a salir en apoyo de Assange y Bradley Manning, estaban totalmente desactualizados. No entendían para nada la cultura."
Para ayudar al gobierno -y, según esperaba, para conseguirle contratos a su empresa, HBGary Federal-, un analista de seguridad digital llamado Aaron Barr se lanzó a descubrir la "cúpula dirigente" secreta de Anonymous. A principios de 2011, luego de estudiar durante semanas al grupo y frecuentar los canales de chat de Anonymous, Barr redactó un documento de veinte páginas en la que recopilaba los nombres y la información de contacto de una serie de personas que, según creía, formaba el núcleo dirigencial de Anonymous. Luego lo hizo público, y le contó a un periodista de The Financial Times que había descubierto el misterio de Anonymous.
A pesar de que el documento de Barr estaba lleno de errores, Anonymous se tomó con mucha seriedad esa amenaza. El domingo del Super Bowl, el 6 de febrero de 2011, Sabu y su equipo, que se hacía llamar "Internet Feds" [los Federales de internet], hackearon el sitio de HBGary. En un día, la noticia del hackeo estaba en todas partes. Hasta Steven Colbert le dedicó un segmento de The Colbert Report, que se hizo célebre: "Para ponerlo en los términos de los hackers", dijo, "Anonymous es un nido de avispas, y Barr ha dicho: «Voy a meter el pito ahí»".
Hammond siguió maravillado con los acontecimientos. "Fue un hackeo épico", dice. Sabu, que se había adjudicado la responsabilidad del hackeo -demasiada responsabilidad, pensaban muchos-, lo intrigaba. A diferencia de otros integrantes de Anonymous, Sabu sonaba rudo, y usaba el slang del gueto, como nigga, además de compartir con Hammond el odio por la policía. Dice uno de los amigos de Hammond de Chicago: "Me imagino a Jeremy feliz de haberse hecho amigo de un hacker de los monoblocks".
Pocos integrantes del movimiento se expresaban con semejante pasión, y Hammond sólo era capaz de ver a otro hacktivista comprometido con la causa. "Laburaba, por eso lo respetaba", dice Hammond. "Y también confiaba en él."
La mayoría de los hackers de larga trayectoria prefieren trabajar en las sombras, y nunca le revelan su identidad a nadie. Sabu, en cambio, se jactaba de su talento, y fascinaba a los integrantes más jóvenes de Anonymous, muchos de ellos adolescentes, con sus anécdotas de su "equipo de hackeo puertorriqueño" de finales de los años 90 y de sus años subsiguientes de "clandestinidad". "Te hacía sentir que estabas en un grupo revolucionario ultra secreto, y se mostraba como un héroe clandestino que lo arriesgaba todo por cambiar las cosas", dice un antiguo acólito.
Hammond también se sintió atraído por la retórica de Sabu. Pero los actos malintencionados en que incurría Anonymous de manera aleatoria, y el equipo de Sabu en particular, les causaban rechazo a muchos, entre ellos a Jennifer Emick, una mamá 40 años de Michigan que hacía mucho tiempo frecuentaba internet, y que había llegado a la conclusión de que algunos de los integrantes más radicalizados del grupo podían ser peligrosos. Poco después del hackeo a HBGary, Emick decidió hacer lo que Aaron Barr no había podido: reveló la identidad de varios dirigentes de Anonymous, Sabu incluido, y publicó su nombre y el barrio en que vivía. Esto era tal vez lo peor que podía pasarle a un hacker, un duro golpe a su orgullo, así como a su tan preciada invisibilidad, al quitarle la protección que le había dado tanto poder a Anonymous, y dejándolo a merced del gobierno y, finalmente, de la policía.
Sabu negó que lo hubieran descubierto, y publicó una apasionada arenga en Twitter, en la que les recordaba a los integrantes de Anonymous que eran "parte de algo poderoso", y los instaba "a no sucumbir a las tácticas de amedrentamiento" y a "permanecer libres".
Después de una serie de hackeos espectaculares, algunos integrantes de Anonymous se dieron cuenta de que Sabu había desaparecido por 24 horas en junio, algo que nunca había hecho antes. Cuando volvió a IRC, le dijo a su equipo que había muerto su abuela. Y le creyeron. Aunque, visto en retrospectiva, algo en él había cambiado. "Vimos de inmediato un cambio de actitud", cuenta un ex colega. "Empezó a potenciar la retórica revolucionaria, tratando de unirnos, llamándonos «hermanos» y diciendo que estábamos «todos juntos en esto» y que éramos «familia»."
El 19 de junio de 2011, Sabu anunció el comienzo de la Operación Antisec, "la mayor operación unificada entre hackers de la historia". La declaración le llamó la atención a Hammond. Atrapado en su casa de Chicago a causa del toque de queda que le había sido impuesto, con el activismo en la vida real prohibido, Hammond no pudo evitarlo. "Fue como responder a un llamado", dice.
A finales de la primavera boreal de 2011, circulaba en el ambiente del hacktivismo un fuerte rumor de que el FBI, reproduciendo el famoso programa Cointel de la década del 60, había infiltrado masivamente los canales de chat de Anonymous. En el círculo íntimo de Sabu, el nivel de paranoia era particularmente alto, y aumentó exponencialmente.
Sabu empezó a trabajar en estrecha colaboración con un nuevo, y mucho más callado, integrante de Antisec: un operador tras bambalinas conocido por el equipo como "anarchaos", aunque los hackers de élite con los que trabajaban lo llamaban "sup_g". Daba la impresión de estar particularmente obsesionado con la seguridad, según un integrante de Anonymous que trabajó con él. "Filtraba muy poca información personal, y era muy inflexible, incluso en chats privados, en mantener cosas en secreto."
Cuando el verano boreal pasado, el movimiento Occupy se convirtió en un fenómeno nacional, los hackers de Antisec incrementaron sus actividades. Para entonces, sup_g se había convertido en la voz dominante de esos chats y el integrante más incansable del equipo. La mayor parte del trabajo del grupo pasaba por él, incluyendo la escritura de casi todos los comunicados de prensa, dado que Sabu se estaba volviendo cada vez menos confiable. Ese verano, Sabu había desaparecido por completo de la internet luego de que un hacker rival difundiera su propio dossier sobre Monsegur. En septiembre, volvió, con más urgencia que nunca. "En todos los canales en los que coincidíamos, ponía mucha presión para que se hicieran las cosas", dice un ex integrante. "Y había que hacerlo en el día, o se ponía a gritar."
El talento principal de Sabu siempre había sido suministrarle información proporcionada por otros hackers a gente como sup_g, capaz de explotarla al máximo. Según un hacker que se hace llamar CC3, en noviembre pasado alguien que nadie conocía le contó a Sabu acerca de un hueco de seguridad en el sitio web de la empresa Strategic Forecasting Inc. Sabu le entregó esa información a su equipo. Como necesitaba un lugar para almacenar la información robada, sup_g aceptó la oferta de Sabu de un servidor externo en Nueva York. Cuando la trasferencia finalizó, y el sitio de Stratfor fue hackeado, Sabu fue primero que nadie a Twitter a anunciar el hackeo, y para Navidad el ataque estaba en todos los medios.
En la cálida noche del 7 de junio de 2011, dos semanas antes de que Sabu empezara a reclutar para Antisec, Monsegur estaba en su departamento cuando tocaron a la puerta. Afuera había dos agentes del FBI que afirmaban que tenían suficientes pruebas de sus hackeos con Anonymous, así como de varios delitos menores en la vida real, para mandarlo a la cárcel por 122 años.
Horas después, Sabu había hecho un trato con el FBI, y había acordado trabajar para ellos, traicionando a sus compañeros. En los nueve meses que siguieron, ayudó al gobierno a recabar información, y a menudo trabajaba "literalmente veinticuatro horas" para montar la acusación, según documentos oficiales. Fue, en palabras del fiscal federal, un informante modelo.
La noticia de que Monsegur era un soplón se difundió el mismo día de la detención de Hammond. Al principio, los Anonymous negaron que semejante traición pudiera ser verdad. Pero luego de que los términos de la acusación y la contestación de culpabilidad de Monsegur se filtraran a los medios, la sorpresa rápidamente se convirtió en ira, y en tristeza.
"Me imagino que cuando el nombre de Jeremy Hammond saltó en esta investigación, el FBI se empezó a frotar las manos de alegría", suma el investigador cibernético Steve Rambam. "Cuando mordió el anzuelo, la felicidad de estos tipos debe haber sido indescriptible."
La acusación del gobierno contra Hammond gira en torno a los nicknames que se dice que utilizó en varios momentos del año pasado. (Ni el Departamento de Justicia ni el FBI, por tratarse de una investigación en curso, están dispuestos a hacer declaraciones.) Los abogados de Hammond aseguran que tienen en su poder casi un terabyte de material de la proposición de prueba -el equivalente a media biblioteca­- y que, potencialmente, podría haber más. Pero Hammond ha sido aislado de su propia defensa. Sólo puede ver el material en presencia de sus abogados y no puede usar las computadoras de la cárcel para investigar, a pesar de que no están conectadas a internet. ("Es como si pensaran que es una especie de mago que puede conectarse a internet de todas maneras", dice alguien relacionado al caso.) Podría tardar años en revisar todo el material de la proposición de prueba.
Hasta el momento, todos los hackers que fueron detenidos se han declarado culpables o se espera que lo hagan pronto. Hammond no, pero incluso si aceptara un acuerdo y se declarara culpable, pasaría muchos años en la cárcel. Dos días después de la detención de Hammond, el 7 de marzo de este año, el director del FBI, Robert Mueller, que ha dicho muchas veces que los ataques cibernéticos pronto se convertirían en la primera prioridad de la agencia, superando al terrorismo, le advirtió al Congreso que los terroristas podrían reclutar a hackers con motivaciones políticas como Hammond para lanzar ataques cibernéticos contra Estados Unidos. En octubre, el secretario de Defensa Leon Panetta, en un alegato por leyes más estrictas contra el hacking, advirtió que el país está en un "momento pre 11 de septiembre".
Pero a algunos les preocupa el costo del operativo. "En este país, hay un impenetrable manto de secreto alrededor del accionar del gobierno y las corporaciones", dice Michael Ratner, presidente emérito del Center for Constitutional Rights [centro por los derechos constitucionales], y abogado de Julian Assange, cuyo nombre aparecía mencionado más de 2.000 veces en los e-mails de Stratfor. "Sean cuales fueren los crímenes técnicos que el gobierno afirma que se han cometido, es necesario ponerlos en la balanza con las consecuencias benéficas de correr el velo que protege al espionaje y la corrupción por parte del gobierno y las corporaciones. No deberíamos castigar a los valientes que nos lo revelan."
Mientras sigue filtrándose la información contenida en los e-mails de Stratfor -la última tanda sugiere que Estados Unidos negoció con el Cartel de Sinaloa para limitar la violencia en México, permitiendo el paso de drogas a través de la frontera-, Antisec se llamó a silencio, con la excepción de dos hackeos, el último en septiembre de este año, cuando reapareció para anunciar la filtración de un millón de usuarios Apple que, según decían, habían robado de una laptop del FBI. En su comunicado, escrito sin el estilo florido de los que se cree fueron escritos por Hammond, el grupo rindió homenaje a su compañero en la cárcel, como un "disidente político con motivaciones ideológicas [sic]", en la misma categoría que Bradley Manning.
Luego, el grupo volvió a llamarse a silencio, y tal vez se quede callado por un tiempo. "Nos estamos concentrando menos en acciones de defacement ["desfigurar" el contenido de un sitio web] y más en apropiarnos silenciosamente de infraestructuras", dice CC3. "Ahora el FBI no tiene idea de lo que estamos haciendo. Lo cual es bueno."
A pesar de que la contribución de Hammond fue importantísima, algunos integrantes de Anonymous se alegran de que ya no esté. Pero incluso quienes no estaban de acuerdo con él aprecian su valor; y los que tomaron partido por él sienten su pérdida. "Enojó a mucha gente con sus peroratas anarquistas, pero era un tipo auténtico", dice CC3. "Luchó toda su vida por lo que creía. Era un idealista que, incluso después de ir a la cárcel, siguió luchando y nunca se traicionó a sí mismo. No son muchos los que pueden decir que nunca se han traicionado a sí mismos."
 
Fuente: Periódico El Libertario.


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