Un día frío de mediados de diciembre de 2011, un hacker
conocido como "sup_g" estaba solo frente a su computadora, invisible,
o al menos eso pensaba. Llevaba horas trabajando en un blanco, mucho después de
que el resto de su equipo se hubiera desconectado: un hackeo épico, el
"equivalente digital de una bomba atómica", como lo describiría él
mismo tiempo más tarde, de los servidores de Strategic Forecasting Inc., la
empresa de inteligencia contratada por el estado radicada en Texas. Stratfor
era una especie de CIA privada, que vigilaba zonas políticamente calientes de
todo el mundo, y le suministraba análisis al establishment de seguridad de
Estados Unidos.
Integrante del colectivo hacker Anonymous, sup_g formaba
parte de un pequeño grupo de hackers con motivaciones políticas que había
penetrado las defensas principales de Stratfor a principios de ese mismo mes, y
que había logrado "rootear" -es decir, conseguir el acceso
irrestricto a- sus principales servidores web. En ellos, habían encontrado
abundantes tesoros: contraseñas, datos desencriptados de tarjetas de crédito,
listas de clientes privados, que revelaban los estrechos vínculos de Stratfor
tanto con las grandes corporaciones como con las comunidades de defensa e inteligencia.
Pero tal vez el hallazgo más lucrativo haya sido la base de datos de correos
electrónicos de Stratfor: unos tres millones de mensajes privados que revelaban
una amplia variedad de actividades ruines y clandestinas, desde la vigilancia
del movimiento Occupy por parte del gobierno hasta la recopilación, por parte
de la propia Stratfor, de información sobre varios movimientos de activistas,
incluyendo a PETA, a Wikileaks y hasta a Anonymous.
Y, ahora, finalmente, la tarea estaba cumplida. Tras
conectarse a un servidor web de chat seguro, sup_g le mandó un mensaje a otro
integrante del grupo: "Estamos en el negocio, bebé", le escribió.
"Está todo cocinado."
Como uno de los hackers más radicales y comprometidos en el
mundo subterráneo de Anonymous -una federación horizontal y sin líderes de
activistas con distintos objetivos-, sup_g mantenía un perfil bajo dentro del
grupo, ocultaba cuidadosamente su nombre verdadero y utilizaba una serie de
alias. En junio, se había unido a una nueva facción dentro de Anonymous,
conocida como Operación Antisec o #Antisec, que se describía a sí misma como un
"frente popular" contra los "gobiernos, corporaciones, agencias
policiales y ejércitos corruptos de todo el mundo". A pesar de que es
probable que cientos de activistas hayan frecuentado sus canales internos de
comunicación, conocidos como IRC (siglas en inglés de Internet Relay Chat,
literalmente "charla por relevos en internet"), Antisec tenía menos
de doce miembros de base: hackers, anarquistas, activistas de la libertad de
expresión y defensores de la privacidad, así como "ingenieros
sociales" (hábiles manipuladores cuyo talento consiste en convencer incluso
a los más cautos de entregarles su contraseña u otra información). El hacker
fundador y más conspicuo integrante de Antisec era un revolucionario
autoproclamado e ingeniero social de 29 años conocido como "Sabu",
que al parecer tenía particular encono contra la industria de la inteligencia.
"Mostrémosles que podemos espiarlos a ellos también", twitteó para
sus más de 35.000 seguidores a principios de diciembre.
A lo largo de tres semanas, sup_g y su equipo trabajaron
intensamente para destruir a Stratfor, uno de sus blancos más grandes y más
ricos hasta el momento. Además de suministrarles análisis geopolíticos a
muchísimos clientes (el Pentágono y las Naciones Unidas entre ellos), la
empresa ofrecía servicios de seguridad a medida para grandes empresas como
Raytheon y Dow Chemical, y a menudo preparaba informes sobre activistas y otras
personas consideradas amenazas contra las ganancias corporativas. Para Navidad,
que Antisec bautizó "LulzXmas" por los "lulz" (variante
plural de LOL, una forma de expresar risas en internet) de los que pretendían
disfrutar a costa de Stratfor, el grupo se había llevado 200 gigabytes de
información. Luego destruyeron las bases de datos de la empresa e intervinieron
el sitio web de Stratfor con un mensaje triunfante que prometía "una
semana de caos", en la que se publicarían en internet los secretos de la
empresa, unos 860.000 nombres, e-mails y contraseñas, incluyendo los de varias
docenas de operadores súper secretos cuyas identidades se filtraban por primera
vez. Antisec también planeaba usar las tarjetas de crédito hackeadas para hacer
donaciones para grupos como CARE y la Cruz Roja. El grupo terminaba su
comunicado con el texto íntegro del influyente tratado anarquista francés La
insurrección que viene: "No tiene sentido esperar. por la revolución",
dice el tratado. "La catástrofe no está por llegar, sino que ya llegó."
Tres meses después, la noche del 5 de marzo de 2012, más de
doce agentes del FBI tiraron abajo la puerta de una pequeña casa de ladrillos
del sudoeste de Chicago y detuvieron a Jeremy Hammond, un anarquista y hacker
informático de 27 años que creían que era sup_g. De un metro ochenta y dos de
altura, desgarbado, vestido con una remera violeta y pantalones rotos, Hammond
parecía más un punk malhumorado que un nerd de las computadoras. De hecho, era
ambas cosas: era un "black hat hacker" (hacker de sombrero negro),
como se denomina a los que hackean por diversión o por dinero; y también un
agitador y un enemigo de la "clase dominante y de los ricos" que se
identificaba con las ideas de la organización Weather Underground y consideraba
que el movimiento Occupy era demasiado tibio.
Incluso antes de que el arresto expusiera su nombre en todo
el mundo, Hammond era bien conocido en los círculos de la extrema izquierda.
Uno de los primeros defensores de la "ciberliberación", a los 22 años
la revista Chicago ya lo había descrito como un "Robin Hood
electrónico", luego de lo cual fue condenado a dos años en una cárcel por
hackear un sitio web conservador y llevarse 5.000 números de tarjetas de
crédito, para hacer con ellas donaciones a causas progresistas. Pero lo que
distinguía a Hammond de la subcultura hacker era que en la vida real también
era un revolucionario: "Un Abbie Hoffman moderno", según su amigo
Matt Muchowski, un delegado sindical de Chicago. Poseía una aguda inteligencia,
así como cierta impulsividad -que otro hacker llamó "urgencia"- que
lo había llevado a una larga serie de arrestos por desobediencia civil en los
últimos diez años; infracciones tales como pintar consignas antibélicas en una
pared o tocar el tambor durante un escrache.
Su última detención, la más notoria hasta la fecha de un
hacktivista en Estados Unidos, fue también un gran logro para el FBI. Antes de
que encerraran a Hammond, Anonymous había encadenado un año y medio de hackeos,
emprendiendo una verdadera guerra contra "los opresores ricos y
poderosos". El grupo hizo caer los sitios de la CIA y de importantes
bancos y tarjetas de crédito. Hicieron suya la causa de la Primavera Arabe, y
atacaron los sitios de los gobiernos de Libia, Túnez y Egipto; se metieron en
computadoras de la OTAN y del Geo Group, una de las corporaciones
penitenciarias privadas más grandes del mundo. Hackearon la empresa de defensa
Booz Allen Hamilton, en un ataque que arrojó como botín 900.000 cuentas y
contraseñas de correo electrónico de militares y civiles. También atacaron al
propio FBI.
Pero ninguno de estos ataques tuvo la resonancia política
del perpetrado contra Stratfor. La invasión informática no sólo le costó a la
empresa millones de dólares, sino que además dirigió la atención pública
mundial al sombrío mundo de la inteligencia privada, luego de que Anonymous le
diera los e-mails de la empresa a Wikileaks. Fue, según cualquier cálculo, un
hackeo por el que Hammond podría pasar décadas en la cárcel.
Hammond, que en ningún momento admitió haber usado ninguno
de los nueve alias que el gobierno afirma que utilizó, se ha declarado inocente
del hackeo de Stratfor. Pero no ha negado su afiliación a Anonymous, ni su
deseo de "dirigir la lucha hacia la acción más directa, en una dirección
explícitamente anticapitalista y antiestatal", como me escribió desde el
Metropolitan Correction Center de Manhattan, donde aguarda una audiencia de
fianza desde hace ocho meses. En efecto, su sello como activista ha sido
siempre su retórica revolucionaria y militante, por la cual no pide disculpas.
"Siempre he dejado en claro que soy anarcocomunista, y por consiguiente
creo en la necesidad de abolir por completo el capitalismo y el Estado en pos
de una sociedad libre e igualitaria", escribió. "No me interesa
diluir o vender el mensaje para que les resulte más atractivo a las
masas."
Este compromiso inquebrantable, una de las grandes
fortalezas de Hammond, también lo llevaría a la ruina. Siempre fue consciente
de que la traición acechaba a sólo un click de distancia. "Sabemos que
vamos a terminar en la cárcel", dice un hacker que trabajó con él.
"Jeremy sabía que en cualquier momento le podía caer un allanamiento, y
por eso trabajó tan rápido. Quería que la gente se acordara de él." Lo que
Hammond nunca sospechó es que su traidor sería uno de sus aliados de mayor
confianza.
Genio de las matemáticas y de la ciencia, con un coeficiente
intelectual de 168, Hammond "hablaba tan rápido que era como si su boca no
pudiera seguir a su cerebro", dice un amigo. En su casa, sin mujeres, los
hermanos pasaban horas construyendo ciudades con sus inmensos kits de Lego, o
devorando libros en la amplia biblioteca de su padre, que recorría toda la gama
desde El club de la pelea y El guardián en el centeno hasta Steal This Book o
Revolution for Hell of It, de Abbie Hoffman.
Desde muy chico, Jeremy se pasaba todo el día en proyectos
en los que podía enfrascarse por completo. En las ligas menores de béisbol,
creó un lanzamiento que era virtualmente imposible de batear, y a los 9 años ya
estaba descubriendo formas innovadoras de hacer que las computadoras hicieran
lo que no se suponía que debían hacer: es decir, la esencia del hacking. A los
16, hackeó las computadoras de un local de Apple de la zona, proyectando su
información económica en todas las pantallas, luego de lo cual pasó a
explicarles a los expertos del Genius Bar cómo proteger mejor sus datos.
"La cara que pusieron no tenía precio", recuerda su padre.
En la secundaria Glenbard East, en la cercana localidad de
Lombard, Illinois, los gemelos Hammond eran parte de un grupo de "chicos
muy inteligentes que buscaban algo más de lo que podían encontrar en la
secundaria", según otro amigo, Matt Zito. Politizado por los ataques del
11 de septiembre, Jeremy fue un elocuente crítico del gobierno de Bush y del
"patriotismo ciego" que, según él, llevaba a Estados Unidos a la
guerra. En su último año, fundó un diario clandestino para instar a los alumnos
a cuestionar el relato político tradicional "y más que nada, a
pensar", como escribió en el primer editorial. "Despiértense. Su
cerebro es programable, si no lo programan ustedes se lo va a programar otro."
El cerebro de Hammond era un hervidero de ideologías contraculturales,
especialmente las ideas de insurrección moderna de CrimethInc, el
colectivo anarquista que publicaba manuales extremistas, entre ellos su
propia versión del Libro de cocina del anarquista, titulado Recetas para el desastre. Hammond
idealizaba los 60, dice Zito, que trabajó con él en el diario. En la
primavera de 2003, el primer día de la invasión estadounidense a Irak,
Hammond dirigió a más de cien chicos que abandonaron la escuela para
sumarse a una marcha contra la guerra en el centro de Chicago. En otoño
de ese mismo año, se anotó en la University of Illinois-Chicago, y
pronto se convirtió en uno de los activistas más notorios del campus;
tanto es así, recuerda su amigo José Martín, que una vez la
administración le cortó el micrófono cuando se disponía a dar un
discurso.
Pero Hammond duró tan sólo un año en la UIC. Durante el segundo semestre
de su primer año, se metió en el sitio web del Departamento de Ciencias
Informáticas, e identificó una vulnerabilidad que, como en el caso de
la tienda Apple, se ofreció a arreglar. Pero el hackeo le hizo ganar una
junta disciplinaria y una carta de la universidad, que no lo recibiría
en segundo año.
Lo que aprendió, según señala un amigo, es que "si tratás de colaborar
con el sistema, el sistema te jode". De modo que, a partir de ese
momento, Hammond se dedicaría a trabajar fuera del radar. En los años
que siguieron, se sumergió en la vida diaria de la comunidad radical de
Chicago, y alquiló casas que pronto se convertían en refugio para
cualquier chico sin techo o viajero que pasara por ahí. Siempre era el
primero en ofrecer algo de comer.
Se convirtió en habitual de cada manifestación importante, así como
también de muchas más pequeñas. Enfundados en unos jeans raídos, según
cuenta Muchowski, Jeremy y Jason, ahora su socio en el anarquismo,
llegaban con una banda marcial -tambores, vientos, un par de
panderetas- que bailaba y cantaba y por lo general molestaba a los
manifestantes más serios. "El aburrimiento", escribiría más tarde, "es
contrarrevolucionario. El movimiento tiene que ser divertido. de lo
contrario, nadie querrá participar".
Hammond también "hacía quilombo", en sus propias
palabras, de manera más seria: se sumaba a los anarquistas militantes -vestidos
de negro y enmascarados- en sus enfrentamientos con la policía, lo cual le
permitió amasar un impresionante prontuario. Entre los 18 y los 21 años, fue
detenido diez veces en tres estados diferentes.
Pero Hammond no era un agitador de poca monta. En internet
se mostraba igualmente activo, y formaba parte de una nueva generación de
activistas políticos, catalogada de peligrosa por las agencias de seguridad.
"Se trata de gente que puede pasar sin esfuerzo entre el ciberespacio y la
vida real, sin reconocer grandes diferencias", dice Steve Rambam, un
investigador en seguridad cibernética de Nueva York. El arma principal de
Hammond, acerca de la que pocos de sus amigos anarquistas sabían, era una
especie de campo de entrenamiento para hackers, un sitio web que había
desarrollado que se llamaba Hack This Site [hackeá este sitio], que en dos años
se había convertido en una comunidad virtual hecha y derecha, con más de
100.000 miembros. Allí fue donde Hammond empezó a conocer a los famosos
"hackers de sombrero negro", que trabajaban de incógnito para hackear
sitios para divertirse o ganar dinero, o incluso ambas cosas a la vez.
"Esta gente tenía mucho poder: un hacker podía poner en jaque a una empresa
entera", recuerda. Los activistas callejeros tenían muy poco poder, pero
tenían las ideas políticas para alimentar la revolución. ¿Qué pasaría si estos
dos mundos pudieran unirse? "Se me ocurrió que el hacking podía ser un
arma para atacar a las empresas abusivas."
Vender esta idea no fue fácil. A mediados de la década de
2000, no había muchos puentes entre hackers y activistas. Hammond quería
cambiar esto. "Habida cuenta del clima político de la actualidad, está
surgiendo la imperiosa necesidad de entrar en sintonía con el mundo que nos
rodea, adoptar posturas y empezar a comprometernos", escribió en el primer
número de "una revista de desobediencia civil electrónica" llamada
Hack This Zine [hackeá esta revista], que lanzó en el verano de 2004. Y empezó
a delinear las bases de un movimiento internacional.
En julio de 2004, Hammond se presentó con su mensaje en
DefCon, la convención anual de hackers en Las Vegas, el mayor evento de este
tipo en Estados Unidos. Allí dio un discurso apasionado en que elogió las
virtudes de la desobediencia civil electrónica como herramienta eficaz para
sabotear la inminente Convención Nacional Republicana. "Quisiéramos ver
todo medio de sabotaje posible, ya sea cortarle la luz al Madison Square Garden
o hackear 10.000 sitios republicanos.", dijo. Alguna gente del público lo
abucheó, y una persona preguntó si lo que Hammond proponía podía considerarse
terrorismo. "La lucha de un hombre por la libertad es terrorismo para
otro", respondió él. "Que nos llamen terroristas: de todos modos, me
propongo bombardear sus edificios."
Poco después de volver a Chicago, unos agentes del FBI que
habían visto una grabación de su discurso de DefCon fueron a visitar a Hammond
para preguntarle si efectivamente pensaba bombardear la convención republicana.
Hammond dijo que había exagerado; pero de todos modos, empezaba a imaginar una
especie de insurgencia digital: un Frente de Liberación de Internet, que, como
ELF y ALF (los grupos radicales de defensa del medio ambiente y de los derechos
de los animales), se organizaría en células clandestinas y utilizaría tácticas
no violentas de "ataque y fuga" contra los "ricos y
poderosos".
Uno de sus primeros blancos fue un grupo llamado Protest
Warrior, una organización pro-bélica de Texas que acostumbraba presentarse en
las manifestaciones para acosar a los activistas de izquierda. En febrero de
2005, Hammond y algunos hacktivistas amigos se metieron en el sitio web de la
organización, y accedieron a miles de números de tarjetas de crédito que
pretendían utilizar para redistribuir la riqueza hacia causas de izquierda.
Protest Warrior le avisó al FBI, que allanó el departamento de Hammond en
marzo. La agencia había pasado gran parte del año previo acumulando evidencia
contra él, aunque -como señalaría Hammond en repetidas oportunidades- nunca
compró nada con esas tarjetas.
Hammond finalmente se confesó responsable del hackeo y fue
condenado a dos años de prisión en el Instituto Correccional Federal de
Greenville, Illinois, a 400 kilómetros de Chicago. No habla mucho de
Greenville, pero su madre dice que estaba muy lejos de la cárcel Cook County
Jail, donde había estado en numerosas oportunidades. "La primera vez que
lo fui a visitar, había pasado ahí menos de un mes y estaba temblando",
cuenta. "Me dijo: «Mamá, cuando salga voy a ser mejor persona». Me asusté.
Pensé: «Este no es mi Jeremy»."
La segunda vez que lo visitó, Hammond ya no temblaba. Había
empezado su "entrenamiento", como hablaría luego de su época en la
cárcel. Cuando salió de ahí, dieciocho meses después, era una persona
diferente. "Se lo veía enojado y muy militante", dice Scott Scurvy,
con quien compartió casa. Ahora, "hablaba de «partirle el cráneo» a gente
que, según él, era racista u homofóbica. Eso me cayó mal".
Muchos de sus amigos estaban de acuerdo en que "la
cárcel lo había jodido". Pero para otros se trataba de una forma de
iluminación. "Cuando salís de la cárcel, podés tomar dos caminos",
dice su hermano, Jason. "Alguna gente opta por la rectitud, por tratar de
encarrilarse de nuevo y lograr alcanzar el sueño americano; y otros dicen:
«Váyanse a la mierda: esa idea es una mentira, igual que el sistema que la
creó», y eligen un camino más radical. Jeremy eligió ese camino."
En el verano de 2008, Hammond volvió a Chicago, a lo que se
suponía que sería una nueva vida. Con Jason y algunos amigos, se mudó a un
departamento destartalado de Pilsen, "ubicado entre los dos mejores
basureros de Chicago", y empezó a trabajar como diseñador web. Según los
términos de su libertad condicional, tenía prohibido reunirse con anarquistas o
con sus antiguos colegas de Hack This Site por el lapso de tres años. Y, sin
embargo, no pudo abandonar por completo su quehacer político. Así que se dedicó
al activismo tradicional, y se sumó a la filial de Chicago del Rainforest
Action Network, donde ayudó a organizar una campaña para cerrar dos plantas de
carbón de la zona.
Pero la aventura de Hammond con el "activismo
educado" duró apenas poco más de un año.
En enero de 2008, durante los últimos seis meses de Hammond
en Greenville, la Iglesia de la Cienciología, famosa por ser controladora,
"irritó a internet", según se dijo, al tratar de retirar un video
polémico de Tom Cruise de la red. En respuesta, internet -o, más
específicamente, una amplia coalición de ciudadanos de internet que se hacía
llamar Anonymous- lanzó su propio video, en el que, con una voz computarizada,
le declaraba la guerra a la Iglesia. "No podrán esconderse en ningún lado,
porque estamos en todas partes", decía el mensaje, y terminaba con las
frases que se convertirían en el más grande eslogan de Anonymous:
Somos Anonymous. Somos legión. No perdonamos. No olvidamos.
Esperadnos.
Al principio, Anonymous daba la impresión de ser apenas un
grupo de bromistas malintencionados, enojados por la censura en internet.
Empezaron a atacar grupos como la Asociación de la Industria Discográfica de
Estados Unidos (RIAA, según sus siglas en inglés), que estaba llevando a cabo
una campaña contra la piratería y el gobierno australiano, que había propuesto
un filtro para la pornografía en la red con chicas menores de edad. (Anonymous
bautizó el ataque Operación Tormenta de Tetas.)
En Chicago, Hammond conocía a integrantes de Anonymous, pero
los resistía. "No los tomaba en serio. No eran hackers
superpoderosos", dice. Pero empezó a darse cuenta del potencial político
del colectivo cuando lanzaron la Operación Vengar a Assange en diciembre de
2010, poco después de que PayPal, Visa, MasterCard y varias instituciones
financieras más dejaran abruptamente de procesar donaciones a Wikileaks, que
estaba en el ojo de la tormenta por publicar los cables diplomáticos filtrados
por el soldado Bradley Manning. Hammond se sintió impresionado. "Estaban
atacando a tarjetas de crédito y a bancos", dice. "Pensé que a lo
mejor había gente adentro que entendía quién era el enemigo y cómo combatirlo."
Una de las personas que parecían interesarse en la lucha en
gran escala era un hacker llamado Sabu, cuyo nombre real es Hector Xavier
Monsegur. Nacido en 1983, Sabu había crecido en el seno de una familia de
narcotraficantes -tanto su padre como su tía habían ido a la cárcel en 1997 por
tráficar heroína-, criado por su abuela Irma en los monoblocks Jacob Riis, en
Nueva York. Era un ratón de biblioteca de voz ronca, que nunca había encajado
con los pandilleros y traficantes callejeros de su barrio, pero tenía un
talento innato para las computadoras, así como una veta rebelde. A los 14 años,
más o menos la misma edad que tenía Hammond cuando impresionó a los
"genios" de Apple, Monsegur (cuya familia no podía pagar una conexión
a internet) había descubierto cómo entrar gratis a EarthLink, y empezó a
aprender por su cuenta Linux, Unix y redes de código abierto.
Según la mayoría de las versiones, el FBI empezó a vigilar a
Anonymous en algún momento de 2010. "Al principio, nadie en los servicios
de seguridad siquiera sabía quién era Anonymous", dice un ex miembro.
"Para el FBI, sólo había sido ese altercado con los cienciologistas. Así
que cuando Anonymous empezó a salir en apoyo de Assange y Bradley Manning,
estaban totalmente desactualizados. No entendían para nada la cultura."
Para ayudar al gobierno -y, según esperaba, para conseguirle
contratos a su empresa, HBGary Federal-, un analista de seguridad digital
llamado Aaron Barr se lanzó a descubrir la "cúpula dirigente" secreta
de Anonymous. A principios de 2011, luego de estudiar durante semanas al grupo
y frecuentar los canales de chat de Anonymous, Barr redactó un documento de
veinte páginas en la que recopilaba los nombres y la información de contacto de
una serie de personas que, según creía, formaba el núcleo dirigencial de
Anonymous. Luego lo hizo público, y le contó a un periodista de The Financial
Times que había descubierto el misterio de Anonymous.
A pesar de que el documento de Barr estaba lleno de errores,
Anonymous se tomó con mucha seriedad esa amenaza. El domingo del Super Bowl, el
6 de febrero de 2011, Sabu y su equipo, que se hacía llamar "Internet
Feds" [los Federales de internet], hackearon el sitio de HBGary. En un
día, la noticia del hackeo estaba en todas partes. Hasta Steven Colbert le
dedicó un segmento de The Colbert Report, que se hizo célebre: "Para
ponerlo en los términos de los hackers", dijo, "Anonymous es un nido
de avispas, y Barr ha dicho: «Voy a meter el pito ahí»".
Hammond siguió maravillado con los acontecimientos.
"Fue un hackeo épico", dice. Sabu, que se había adjudicado la
responsabilidad del hackeo -demasiada responsabilidad, pensaban muchos-, lo
intrigaba. A diferencia de otros integrantes de Anonymous, Sabu sonaba rudo, y
usaba el slang del gueto, como nigga, además de compartir con Hammond el odio
por la policía. Dice uno de los amigos de Hammond de Chicago: "Me imagino
a Jeremy feliz de haberse hecho amigo de un hacker de los monoblocks".
Pocos integrantes del movimiento se expresaban con semejante
pasión, y Hammond sólo era capaz de ver a otro hacktivista comprometido con la
causa. "Laburaba, por eso lo respetaba", dice Hammond. "Y
también confiaba en él."
La mayoría de los hackers de larga trayectoria prefieren
trabajar en las sombras, y nunca le revelan su identidad a nadie. Sabu, en
cambio, se jactaba de su talento, y fascinaba a los integrantes más jóvenes de
Anonymous, muchos de ellos adolescentes, con sus anécdotas de su "equipo
de hackeo puertorriqueño" de finales de los años 90 y de sus años
subsiguientes de "clandestinidad". "Te hacía sentir que estabas
en un grupo revolucionario ultra secreto, y se mostraba como un héroe clandestino
que lo arriesgaba todo por cambiar las cosas", dice un antiguo acólito.
Hammond también se sintió atraído por la retórica de Sabu.
Pero los actos malintencionados en que incurría Anonymous de manera aleatoria,
y el equipo de Sabu en particular, les causaban rechazo a muchos, entre ellos a
Jennifer Emick, una mamá 40 años de Michigan que hacía mucho tiempo frecuentaba
internet, y que había llegado a la conclusión de que algunos de los integrantes
más radicalizados del grupo podían ser peligrosos. Poco después del hackeo a HBGary,
Emick decidió hacer lo que Aaron Barr no había podido: reveló la identidad de
varios dirigentes de Anonymous, Sabu incluido, y publicó su nombre y el barrio
en que vivía. Esto era tal vez lo peor que podía pasarle a un hacker, un duro
golpe a su orgullo, así como a su tan preciada invisibilidad, al quitarle la
protección que le había dado tanto poder a Anonymous, y dejándolo a merced del
gobierno y, finalmente, de la policía.
Sabu negó que lo hubieran descubierto, y publicó una
apasionada arenga en Twitter, en la que les recordaba a los integrantes de
Anonymous que eran "parte de algo poderoso", y los instaba "a no
sucumbir a las tácticas de amedrentamiento" y a "permanecer
libres".
Después de una serie de hackeos espectaculares, algunos
integrantes de Anonymous se dieron cuenta de que Sabu había desaparecido por 24
horas en junio, algo que nunca había hecho antes. Cuando volvió a IRC, le dijo
a su equipo que había muerto su abuela. Y le creyeron. Aunque, visto en
retrospectiva, algo en él había cambiado. "Vimos de inmediato un cambio de
actitud", cuenta un ex colega. "Empezó a potenciar la retórica
revolucionaria, tratando de unirnos, llamándonos «hermanos» y diciendo que
estábamos «todos juntos en esto» y que éramos «familia»."
El 19 de junio de 2011, Sabu anunció el comienzo de la
Operación Antisec, "la mayor operación unificada entre hackers de la
historia". La declaración le llamó la atención a Hammond. Atrapado en su
casa de Chicago a causa del toque de queda que le había sido impuesto, con el activismo
en la vida real prohibido, Hammond no pudo evitarlo. "Fue como responder a
un llamado", dice.
A finales de la primavera boreal de 2011, circulaba en el
ambiente del hacktivismo un fuerte rumor de que el FBI, reproduciendo el famoso
programa Cointel de la década del 60, había infiltrado masivamente los canales
de chat de Anonymous. En el círculo íntimo de Sabu, el nivel de paranoia era
particularmente alto, y aumentó exponencialmente.
Sabu empezó a trabajar en estrecha colaboración con un
nuevo, y mucho más callado, integrante de Antisec: un operador tras bambalinas
conocido por el equipo como "anarchaos", aunque los hackers de élite
con los que trabajaban lo llamaban "sup_g". Daba la impresión de
estar particularmente obsesionado con la seguridad, según un integrante de
Anonymous que trabajó con él. "Filtraba muy poca información personal, y
era muy inflexible, incluso en chats privados, en mantener cosas en
secreto."
Cuando el verano boreal pasado, el movimiento Occupy se
convirtió en un fenómeno nacional, los hackers de Antisec incrementaron sus
actividades. Para entonces, sup_g se había convertido en la voz dominante de
esos chats y el integrante más incansable del equipo. La mayor parte del
trabajo del grupo pasaba por él, incluyendo la escritura de casi todos los
comunicados de prensa, dado que Sabu se estaba volviendo cada vez menos
confiable. Ese verano, Sabu había desaparecido por completo de la internet
luego de que un hacker rival difundiera su propio dossier sobre Monsegur. En
septiembre, volvió, con más urgencia que nunca. "En todos los canales en
los que coincidíamos, ponía mucha presión para que se hicieran las cosas",
dice un ex integrante. "Y había que hacerlo en el día, o se ponía a
gritar."
El talento principal de Sabu siempre había sido
suministrarle información proporcionada por otros hackers a gente como sup_g,
capaz de explotarla al máximo. Según un hacker que se hace llamar CC3, en
noviembre pasado alguien que nadie conocía le contó a Sabu acerca de un hueco
de seguridad en el sitio web de la empresa Strategic Forecasting Inc. Sabu le
entregó esa información a su equipo. Como necesitaba un lugar para almacenar la
información robada, sup_g aceptó la oferta de Sabu de un servidor externo en
Nueva York. Cuando la trasferencia finalizó, y el sitio de Stratfor fue
hackeado, Sabu fue primero que nadie a Twitter a anunciar el hackeo, y para
Navidad el ataque estaba en todos los medios.
En la cálida noche del 7 de junio de 2011, dos semanas antes
de que Sabu empezara a reclutar para Antisec, Monsegur estaba en su
departamento cuando tocaron a la puerta. Afuera había dos agentes del FBI que
afirmaban que tenían suficientes pruebas de sus hackeos con Anonymous, así como
de varios delitos menores en la vida real, para mandarlo a la cárcel por 122 años.
Horas después, Sabu había hecho un trato con el FBI, y había
acordado trabajar para ellos, traicionando a sus compañeros. En los nueve meses
que siguieron, ayudó al gobierno a recabar información, y a menudo trabajaba
"literalmente veinticuatro horas" para montar la acusación, según
documentos oficiales. Fue, en palabras del fiscal federal, un informante
modelo.
La noticia de que Monsegur era un soplón se difundió el
mismo día de la detención de Hammond. Al principio, los Anonymous negaron que
semejante traición pudiera ser verdad. Pero luego de que los términos de la
acusación y la contestación de culpabilidad de Monsegur se filtraran a los
medios, la sorpresa rápidamente se convirtió en ira, y en tristeza.
"Me imagino que cuando el nombre de Jeremy Hammond
saltó en esta investigación, el FBI se empezó a frotar las manos de
alegría", suma el investigador cibernético Steve Rambam. "Cuando
mordió el anzuelo, la felicidad de estos tipos debe haber sido
indescriptible."
La acusación del gobierno contra Hammond gira en torno a los
nicknames que se dice que utilizó en varios momentos del año pasado. (Ni el
Departamento de Justicia ni el FBI, por tratarse de una investigación en curso,
están dispuestos a hacer declaraciones.) Los abogados de Hammond aseguran que
tienen en su poder casi un terabyte de material de la proposición de prueba -el
equivalente a media biblioteca- y que, potencialmente, podría haber más. Pero
Hammond ha sido aislado de su propia defensa. Sólo puede ver el material en
presencia de sus abogados y no puede usar las computadoras de la cárcel para
investigar, a pesar de que no están conectadas a internet. ("Es como si
pensaran que es una especie de mago que puede conectarse a internet de todas
maneras", dice alguien relacionado al caso.) Podría tardar años en revisar
todo el material de la proposición de prueba.
Hasta el momento, todos los hackers que fueron detenidos se
han declarado culpables o se espera que lo hagan pronto. Hammond no, pero
incluso si aceptara un acuerdo y se declarara culpable, pasaría muchos años en
la cárcel. Dos días después de la detención de Hammond, el 7 de marzo de este
año, el director del FBI, Robert Mueller, que ha dicho muchas veces que los
ataques cibernéticos pronto se convertirían en la primera prioridad de la
agencia, superando al terrorismo, le advirtió al Congreso que los terroristas
podrían reclutar a hackers con motivaciones políticas como Hammond para lanzar
ataques cibernéticos contra Estados Unidos. En octubre, el secretario de
Defensa Leon Panetta, en un alegato por leyes más estrictas contra el hacking,
advirtió que el país está en un "momento pre 11 de septiembre".
Pero a algunos les preocupa el costo del operativo. "En
este país, hay un impenetrable manto de secreto alrededor del accionar del
gobierno y las corporaciones", dice Michael Ratner, presidente emérito del
Center for Constitutional Rights [centro por los derechos constitucionales], y
abogado de Julian Assange, cuyo nombre aparecía mencionado más de 2.000 veces
en los e-mails de Stratfor. "Sean cuales fueren los crímenes técnicos que
el gobierno afirma que se han cometido, es necesario ponerlos en la balanza con
las consecuencias benéficas de correr el velo que protege al espionaje y la
corrupción por parte del gobierno y las corporaciones. No deberíamos castigar a
los valientes que nos lo revelan."
Mientras sigue filtrándose la información contenida en los
e-mails de Stratfor -la última tanda sugiere que Estados Unidos negoció con el
Cartel de Sinaloa para limitar la violencia en México, permitiendo el paso de
drogas a través de la frontera-, Antisec se llamó a silencio, con la excepción
de dos hackeos, el último en septiembre de este año, cuando reapareció para
anunciar la filtración de un millón de usuarios Apple que, según decían, habían
robado de una laptop del FBI. En su comunicado, escrito sin el estilo florido
de los que se cree fueron escritos por Hammond, el grupo rindió homenaje a su
compañero en la cárcel, como un "disidente político con motivaciones
ideológicas [sic]", en la misma categoría que Bradley Manning.
Luego, el grupo volvió a llamarse a silencio, y tal vez se
quede callado por un tiempo. "Nos estamos concentrando menos en acciones
de defacement ["desfigurar" el contenido de un sitio web] y más en
apropiarnos silenciosamente de infraestructuras", dice CC3. "Ahora el
FBI no tiene idea de lo que estamos haciendo. Lo cual es bueno."
A pesar de que la contribución de Hammond fue importantísima,
algunos integrantes de Anonymous se alegran de que ya no esté. Pero incluso
quienes no estaban de acuerdo con él aprecian su valor; y los que tomaron
partido por él sienten su pérdida. "Enojó a mucha gente con sus peroratas
anarquistas, pero era un tipo auténtico", dice CC3. "Luchó toda su
vida por lo que creía. Era un idealista que, incluso después de ir a la cárcel,
siguió luchando y nunca se traicionó a sí mismo. No son muchos los que pueden
decir que nunca se han traicionado a sí mismos."
Fuente: Periódico El Libertario.
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