A mis amigos, a mis valedores, a toda mi gente:
I. Les escribo desde una celda de 3 x 3.5
mts., la que comparto con otras 4 personas. Una celda con camastros de
metal, un retrete con lavabo de aluminio, una regadera y las rejas. Aquí
lavamos, nos bañamos, comemos, descansamos, leemos, conversamos, escribimos,
jugamos.
El sol entra unas horas por la mañana, luego desaparece
para iluminar de vivos colores las escarpadas laderas del Chiquihuite,
con sus cisternas.
A veces los días son rápidos, otras veces lentos; a veces se
inundan de risas, bromas y albures que son llevados por la tenue
brisa. En otras ocasiones el frío calla toda alegría y nos
refugiamos en nuestras cobijas y nuestros pensamientos.
A lo lejos las canchas de fútbol se inundan de reos organizando
algún torneo, mientras por los pasillos caminan rápidamente reos “estafetas”
realizando mil y un diligencias que escapan a nuestra
imaginación. Enfrente está el edificio de gobierno con las muchas sombras
de guardias y funcionarios trabajando todo el día, cual laboriosos
espectros. Por el costado se observa el pasillo de ingreso al penal
con sus camionetas, sus ambulancias, con sus desfiles diarios de desdichados
seres que apenas vienen, que a veces vuelven, a pisar este lugar con sus
rostros llenos de todas las emociones posibles menos la felicidad. Ese
pasillo que se inunda de mujeres los días de visita, mujeres con la misma ropa
que nosotros, cargando sus niños pequeños, cargando comida para traer a sus
maridos antes que se las lleven a su propia reclusión.
Este lugar es una ciudad no mejor ni peor que la que está afuera
de sus muros, sólo que más viva, más descarnada. A pesar de las voces
duras, agresivas, las palabras soeces y las risas agrias lo que realmente hace
diferente este lugar es la imposibilidad de escapar a la propia realidad.
Quizá esa sea la facultad más importante de ese enigma al que llamamos
libertad.
Sin embargo, el mío no es más que un boceto parcial de este
mundo. No es sino una ojeada de esta sociedad a la que, por seguridad, no
nos han integrado del todo. La prisión es una comunidad de personas hermanadas
por el hecho de estar aquí en contra de su voluntad, pero repleta de gente
trabajadora y luchona por algún día salir de aquí. Alrededor,
cuando muere el día, las calles se encienden en los cerros seguidos de las
ventanas de miles de casas y las lámparas de la prisión; el espectáculo de
luces derrota la oscuridad evidente, aunque el coloso de las antenas siga
vigilando todo desde la penumbra.
II. Estoy aquí injustamente. En primer lugar
porque la irresponsabilidad y obcecación de varias generaciones de políticos
jamás dieron, y quizá jamás darán, justicia a las víctimas del 2 de octubre de
1968. Esa detestable complicidad me obliga a salir cada año a
recordar en conjunto, a gritar en el conjunto, que no tenemos el país que
queremos, empezando por sus instituciones.
Luego también me encuentro aquí porque, a pesar los eventos de
hace décadas, nuestro gobierno y sociedad han cambiado pero
superficialmente. El autoritarismo y el poder coercitivo siguen siendo el
eje de nuestras creencias y nuestros actos en la familia, en la escuela,
en el trabajo, en la política. No quiero demeritar la importancia
ni la utilidad del poder pero creo que las personas libres viven en una amistad
y convivencia cada vez más franca, más justa y más igualitaria. En
cambio la sociedad en que vivimos nosotros mismos, es alimentada por la
opresión y la obediencia.
Me encuentro aquí porque a alguien o a varios se les ocurrió o
piensan que el fundamento único o al menos el necesario de nuestra sociedad es
el orden público, sin pensar que tal orden es tanto causa como efecto de muchos
otros factores sociales. Supuestamente justificados en tal idea pensaron
que la amenaza es un método viable para desarmar la protesta que, legítima o
no, obedece a causas mucho más concretas de lo que están dispuestos a aceptar.
Me encuentro aquí porque consideran que crear “pagadores” es la
mejor forma o la única factible de dar la cara al desorden, desigualdad,
injusticia y violencia que ellos han contribuido activamente a crear. Para
ello han disuadido, persuadido o coaccionado a servidores públicos, ciudadanos
y personas, no diferentes a cualquier otra, para que levanten falsos cargos y
testimonios en contra del no-infractor. Les han dado la orden y les han
convertido en meras máquinas del poder para agredir a personas con las mismas
aspiraciones que ellas.
Estar aquí no es en absoluto placentero pero si es un orgullo;
porque al arrestarme demostraron que son incapaces de lidiar con el problema
que tienen enfrente (¿habrá alguien capaz? Muchos dicen que no); porque
al procesarme demostraron que ni siquiera tenían la voluntad para hacerlo.
III. Al
entrar aquí recibimos el calificativo de revoltosos, quema_policías y de
anarquistas, los mismos adjetivos que deben estar afuera en boca de
muchos. Eso es una muestra, primera y simple, de la criminalización
social, en segundo lugar cómo la carga de valor se deposita en la autoridad que
actúa no en tanto que parte investigadora sino principalmente acusatoria.
Causa curiosidad el primero, revoltoso, se usa de manera casi
despectiva pretendiendo que la violencia debe tener un origen legítimo,
demuestra que en muchos otros casos la violencia ha encontrado una forma de
tolerancia, un espacio donde la explicación de la misma es usada con propósitos
de justificación; en cambio, revoltoso es aquél que carece de causas como si el
ejercicio de la violencia surgiera por un mero absurdo. No es algo nuevo;
en la historia numerosos grupos han sido calificados (o se han autocalificado)
con términos que sus contemporáneos consideran despectivos y propios de una
violencia sin sentido. Muchos de esos grupos han usado tales palabras para
luego reivindicarse dotándolas de una carga de significado ligado a sus propias
exigencias.
El segundo, quema_policías, no es menos sorprendente por las opiniones
adversas de las que surge. Si bien la mayoría opina que la fuerza es una
vía adecuada para el orden y el gobierno, no por ello hay confianza en las
instituciones encargadas de la seguridad pública (mucho menos entre una
población carcelaria). Para unos genera una admiración que lleva al reto,
para otros un menosprecio que merece un castigo. Globalmente el significado
de ser “quema_policías” es de una violencia que se reproduce infinitamente.
Pero al final el gran problema radica en la palabra anarquista. La
gran mayoría pretende entender que el anarquista está en contra del gobierno,
de todo gobierno. Para unos eso significa que aman el desorden, para
otros que sencillamente están permanentemente en contra del gobierno sin
ofrecer nada a cambio. Incluso entre los de esta última interpretación
hay quienes la apoyan y quienes la denostan.
En realidad se tiene poca información acerca de qué es el
anarquismo, cuáles han sido sus propuestas y los intentos, quiénes han sido
anarquistas y mucho menos una observación de las posibilidades del anarquismo
actualmente. Incluso entre aquellos que sostienen la existencia histórica
de verdaderos anarquistas suelen referirse exclusivamente a los teóricos y
apologistas, dejando de lado a las personas que apoyan los movimientos o participan
en los proyectos. Ese intelectualismo es, a mi gusto, una visión necia y
cerrada la mayoría de ocasiones.
Saludos desde ReNo-Ingreso 312
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¡Abajo los muros de las prisiones!
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